No era un plan, era una forma de volver: así nació Capitol Circle

Volví de DC sin saber qué quería. Solo sabía que algo en mí se había reconectado. Lo demás fue una cadena de decisiones intuitivas, clientes inesperados y una pared con un mapa.

Capitol Circle no nació con un business plan ni con un pitch deck. Nació con el corazón cansado pero con la necesidad de volver a crear desde un lugar distinto.

Este es el detrás de escena de cómo pasé del burnout a dirigir marcas en cinco países. Y de cómo descubrí que no siempre hay que tener un plan para empezar algo que valga la pena.

Antes de Capitol Circle , fui muchas versiones de mí misma.

Trabajé casi ocho años como freelance. Desde diseñar libros que ahora están en listas de Amazon, hasta hacer editoriales de lujo para Sherwin Williams o regalos para CEO. Don Ricardo Freund solía llamarme en vacaciones y mandaba a Don Baudilio a recogerme a mi casa en Merliot y me llevaba hasta Ilopango, porque vivía lejos y él lo sabía. También di clases en universidades, hice imagen corporativa, asesoré marcas, y trabajé con clientes de todo tipo, en varios países. Había días que cerraba una presentación para un político y a las pocas horas corregía la maqueta de un libro para una editorial en Santa Fe, Nuevo México.

En 2016 pasé al mundo corporativo. En 2020, como a muchos, la pandemia me agarró de frente: doce horas de trabajo al día, sin cuarentena, sin pausas, sin salud emocional. Me vacié. Me quemé. Me perdí. Y aunque desde fuera parecía que todo iba bien, adentro se estaba cayendo la estructura.

En 2023, mi hermano se graduaba y me fui a pasar el verano con él en Washington D.C. Lo que no sabía era que esa ciudad iba a ser un regalo que no pedí, pero que necesitaba.

DC me curó de formas que no sabía que eran posibles. Caminé calles intuitivas donde el cuerpo sabía moverse solo. Las señoras me gritaban “¡me encanta tu outfit!” desde la acera. Mi hermano me llevó a probar comida deliciosa, Residents DC, Doi Moi, Ben's Chili Bowl, Dolcezza, etc. Whole Foods estaba a la vuelta y eso, junto con la libertad y el arte, me reconectó con una parte de mí que llevaba años dormida: mi amor por la cocina.

Estudié cocina en 2013, y desde el inicio de mi carrera trabajé con el equipo de Jamie Oliver, lo que me abrió el apetito —literal y metafóricamente— por ingredientes que no se conseguían fácilmente en El Salvador. En DC volví a probar todo lo que no podía encontrar en casa: shishito peppers con sal Maldon (los sigo soñando), green juices, melón verde (mi favorito del mundo), Vietnamese Steet Food, el pastel de chocolate de Kramer’s, los helados de cereza con chocolate, todo lo umami que me hace feliz y se hizo mi sello a la hora de cocinar.

Volví a cocinar. A probar. A sentir curiosidad por los sabores. A recordar que la cocina también era parte de mi identidad. Y casi al final de mi estancia, conocí a la mayoría de los compañeros de mi hermano porque llegaban a almorzar al apartamento. Les cociné de todo. Aún recuerdo una ensalada con duraznos asados, vinagre balsámico, queso de cabra, mezcla de lechugas y pecanas. Y un spicy buffalo chicken hecho con restos de la comida del día anterior. Estuvo deli.

Y en medio de ese verano, mi hermano y yo nos fuimos un fin de semana a Nueva York. Lloré frente a un cuadro de Pollock en el MOMA. Vi a una de mis mejores amigas, comimos delicioso, caminamos, compramos, nos peleamos y reímos. Fue un gran verano, incluso vimos The Lion King y fue una de las noches más increíbles. Ese viaje fue un recordatorio de todo lo que me hace sentir viva. De todo lo que había estado en pausa y con lo poco que me había conformado en cada área de mi vida.

Y así, mientras me reconstruía con arte, caminatas, comida y lágrimas dulces, Capitol Circle empezó a tomar forma.

Tenía apenas un par de días de haber regresado a casa cuando mi psicólogo —Francisco, el mejor del mundo, le debo más de lo que puedo explicar— me recomendó una tarea terapéutica: hacer visible mi portafolio. No para conseguir trabajo, sino para verme. Para recordarme qué había hecho, qué me gustaba, cómo se veía mi estilo sin el filtro de la presión ni del burnout.

Llevaba siete años seguidos en lo corporativo. Estaba asqueada. Cansada. Desilusionada. Así que salté en el tiempo: abrí discos duros y memorias viejas, mi portafolio de la U, revisé presentaciones, logos, portadas, ejercicios de identidad, y volví a encontrarme con esa versión mía que había trabajado ocho años como freelance.

(Y sí, haciendo la suma: tengo más de quince años de trabajar, aunque a veces no parezca).

Cuando terminé el book, mi hermano —siempre en el momento justo— me mandó una imagen sobre un freelance de diseño con una marca de DC. Aún no sabía si quería regresar al diseño o seguir en la ruta corporativa, donde ya manejaba comunicación y marketing estratégico. El portafolio, al ser visual, me mostraba solo una parte de mí: la que diseña, la que resuelve estéticamente. No la que piensa estrategia, lidera lanzamientos, da clases o escribe planes integrales.

Pero short story: quedé. Les gustó. Y así, mi primer clienta —con más de 580,000 seguidores en Instagram— se convirtió en el inicio inesperado de algo nuevo.

Entonces vino la pregunta inevitable:
¿Bajo qué nombre firmo esto? No estaba lista para usar el mío. No sabía si esto era un regreso, un nuevo comienzo o un experimento. Solo sabía que necesitaba un nombre que no pesara, que no exigiera tener todo claro aún. Algo que me diera espacio para crecer.

Volteé a ver mi oficina recién renovada. Ahí, colgado en la pared, estaba el cuadro que me regalaron Reyna y Flor—amigas divinas de ese verano—: un mapa de Washington D.C.

Y fue obvio.

Ese verano lo pasé entre Logan Circle y Dupont Circle, en el apartamento de mi hermano. DC me había dado tanto: arte, comida, libertad, alegría, mi salud mental de vuelta. Era mi capital emocional.

Y entonces surgió Capitol Circle:
Un nombre que honrara el lugar donde me reconecté conmigo, el juego de palabras con los tipos de capital que tanto usamos en estrategia (social, simbólico, cultural…), y el círculo como forma perfecta en diseño.

Empezamos a trabajar. Llegaron más clientes. Y al mismo tiempo, inicié el rol corporativo como Senior Marketing Manager en una empresa híbrida salvadoreña con capital estadounidense. Vivía entre dos mundos, y al fin me sentía lo suficientemente sólida para no elegir de inmediato. Para hacer coexistir lo emocional y lo estratégico. Lo corporativo y lo creativo.

Entre 2023 y 2024, la cartera de clientes de Capitol Circle creció. Llegaron proyectos internacionales y el equipo también se amplió. Empezamos a trabajar con marcas fuera de Estados Unidos: en Costa Rica, Dinamarca, México y Guatemala. Fue una etapa de expansión bonita, sin prisa pero con rumbo.

Y entonces, lo que no esperaba sucedió en 2025: empezaron a llegar clientes en El Salvador.

Justo cuando había asumido un nuevo reto como Marketing Director en una compañía norteamericana, el mercado local —ese que yo misma había dado por perdido— empezó a responder. Clientes que valoran el trabajo, que respetan los procesos, que pagan lo justo, que confían.

Yo que pensaba que aquí no se podía. Que solo afuera veían el valor.

Pero no: los clientes locales han sido un espectáculo. De los que piden estrategia, dirección de arte, diseño, marketing. De los que construyen marca con visión.

Y eso me cambió por completo la percepción. Me hizo reconciliarme con mi contexto. Y confirmar que cuando una está bien con una misma, también se abren puertas donde antes solo había resistencia.

Así que si pudiera resumir este segundo año de Capitol Circle en tres grandes lecciones, serían estas:

1. No tenés que elegir entre lo estratégico y lo emocional.

Tu sensibilidad puede ser una herramienta de dirección. Tu criterio estético puede ser estructura. Tu historia personal puede ser propuesta de valor. No tenés que dividirte: podés unir tus mundos, y eso es una fortaleza.

2. La expansión no siempre se ve como la imaginabas.

A veces viene en forma de un mensaje inesperado, un cliente que parecía “chiquito” y resulta brillante, o una oportunidad local que te devuelve el orgullo. Lo importante es tener la estructura lista para recibirlo.

3. Tu país también puede ser tu lugar.

No hay que irse siempre para crecer. No hay que negarse para ser validada. A veces solo necesitás regresar a vos, para que el mundo —incluyendo el tuyo— te vea.

Y así, Capitol Circle cumple dos años.
Nacimos en silencio, sin saber bien a qué veníamos. Pero hoy sabemos que no somos una agencia, ni un estudio. Somos un espacio de visión, identidad y belleza con propósito.

Gracias por estar aquí.

Esto apenas comienza.


P.S.
To my DC family — B (I love you and am forever grateful), Reyna, Edwin, Salo, Flor, Delmy, Josué, Fuentes, Maelys — thank you for every season we've shared. Whether it’s summer, spring, fall, or winter, being with you (and eating delicious food) is always a joy.

To the extended circle of friends in DC + NCC —Jesse, April, Dorcas, Jessie S, and Rasheda— thank you for your warmth, your laughter, and the way you’ve always made space for connection. I'm endlessly grateful.

To Priscilla —because somehow, NYC always feels right when we’re together. Thank you for welcoming us, for celebrating my birthday in the city of beautiful madness, and for always inspiring me. As always, I see you less than I’d like, and I love you more than I say.

And to Rebecca —thank you for trusting this project when it was just born, for every coffee we shared in DC, and because this is precisely how Gryffindor-Aries take the world by storm.

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