Labubus y por qué caemos en el marketing de la era emocional
Hace unos días vi un video de una influencer llorando porque no le salió el Labubu que quería. Era una mezcla entre tristeza real y drama para TikTok, de esos que no sabés si reírte, consolarla o salir corriendo a comprar uno, por si acaso. Y ahí fue cuando pensé: esto no es solo una moda rara, acá hay algo más profundo.
Vamos por partes.
¿Qué es un Labubu y por qué están en todos lados?
Sin tanto rodeo: el Labubu es un muñequito. Uno raro, con cara como de duende desvelado, orejas puntiagudas y una sonrisa entre tierna y sospechosa. Lo fabrica Pop Mart, una marca china de art toys (juguetes de diseñador que están más cerca del arte pop que de la juguetería infantil).
Pero no es solo un muñequito. Es un blind box, es decir: compras la cajita sin saber qué figura viene adentro, y cuando la abrís, puede tocarte el que querías... o no. Es como jugar lotería emocional pagando 15 o 20 dólares cada vez.
Antes, las influencers mostraban un labial, una blusa o una bebida de moda. Hoy muestran un Labubu, lloran, se ríen, lo abrazan, le hacen videos con música dramática de fondo y hasta le ponen nombre. ¿La diferencia? Antes te vendían el objeto, ahora te venden la emoción que les provoca.
No están diciendo: “mirá qué lindo este muñeco”. Están diciendo: “esto me representa, me da alegría, me reconforta, y si no lo tengo, me siento vacía”. Y vos, desde tu pantalla, pensás: yo también quiero sentir eso. No querés el muñeco, querés el sentimiento.
¿Por qué nos enganchamos tan fácil? (Y no, no es porque seamos ingenuos)
Hay algo muy humano en todo esto. No es solo marketing frío. Es una combinación potente de nostalgia, búsqueda de pertenencia y puro placer visual.
Nostalgia: los Labubus nos recuerdan esa emoción de abrir un regalo sorpresa, de coleccionar figuritas o juguetes cuando éramos chicos.
Pertenencia: si vos tenés uno y yo también, estamos en el mismo equipo. Hay conexión.
Dopamina visual: están diseñados para derretirte el cerebro de ternura y rareza. Los ves y algo te dice: “necesito esto en mi vida”.
Y si encima lo ves en un video con luz cálida, voz suave y música emocional… es game over.
¿Los Labubus van a pasar de moda? Probablemente sí. ¿Pero el tipo de consumo emocional y estético que representan? Eso no va a ningún lado.
La gente busca marcas que la hagan sentir, que le devuelvan algo más que un producto. Y si eso viene en forma de un monstruito adorable que no sabés por qué te conmueve tanto… pues que viva el marketing emocional.
Timeline del “Labubu” generacional
1990s: Tamagotchi, Beanie Babies y los trolls
Tamagotchi: porque tener una mascota digital que se moría si no la alimentabas era lo más emocionalmente intenso de los noventa.
Beanie Babies: en EE.UU. fueron el boom. La gente creía que se volverían millonarios coleccionándolos (spoiler: no pasó).
Trolls con pelito de colores: feos y adorables, como los abuelos de los Labubus. ¡Los queríamos todos!
Emoción que vendían: cuidado, ternura, rareza.
2000s: Bratz, Yu-Gi-Oh! y los celulares con politonos
Bratz: no eran solo muñecas, eran actitud. Si tenías una, eras cool.
Yu-Gi-Oh! (o Pokémon): no era solo jugar, era pertenecer a un club de iniciados.
Fundas, stickers y luces para el celular: el blind box era ver qué accesorio raro encontrabas.
Emoción que vendían: identidad, poder, diferenciación.
2010s: Funkos, Squishies y los PopSockets
Funkos: los reyes del coleccionismo geek. Todos querían su versión mini del personaje favorito.
Squishies: objetos que no servían para nada más que apretarlos... y sí, los necesitábamos.
PopSockets y cases personalizadas: todo era sobre hacer tuyo el objeto.
Emoción que vendían: expresión personal, pertenencia a fandoms, confort táctil.
2020s: TikTok virales, mini brands y Axolotls de peluche
Mini Brands: productos reales en versión miniatura. Ridículos y adictivos.
Axolotls de peluche (sí, el animalito mexicano): ternura extrema.
Filtros virales y objetos ASMR: el objeto ya no era físico siempre, pero igual generaba deseo.
Emoción que vendían: placer sensorial, ternura, conexión digital.
2024-2025: Labubus, Sonny Angels y Pop Mart en general
Labubus y Sonny Angels: figuras que no solo se coleccionan, sino que activan una respuesta emocional. Te encariñás, los sentís tuyos.
“Blind boxes” + TikTok: emoción en tiempo real. Lo abrís, reaccionás, compartís.
No sabés por qué, pero lo querés. Y ahí está la magia.
Emoción que venden: misterio, pertenencia estética, conexión emocional inesperada.
¿Cuánto tiempo van a durar los Labubus?
Probable pico de popularidad: mediados de 2025.
Duración estimada del hype fuerte: 1 año y medio desde su boom en TikTok (finales de 2023 / inicios 2024).
Vida útil extendida (pero de nicho): hasta 2027.
¿Por qué?
Los blind boxes siguen teniendo tirón, pero la fórmula ya está mostrando señales de saturación.
Pop Mart lanza tantas colecciones que se empieza a diluir el efecto wow.
Cuando algo llega a tiendas masivas y todo el mundo lo tiene, el efecto de exclusividad se pierde (hola, Funkos).
El algoritmo ya empieza a girar hacia cosas más nostálgicas, hechas a mano o más “adult aesthetic”.
¿Qué podemos aprender como marcas o emprendedores?
Primero que todo: vender ya no es solo mostrar productos. Es contar historias, provocar emociones, construir pequeños mundos donde la gente quiera entrar y quedarse.
Si tenés una marca: no vendas cosas, vendé sensaciones. Lo que hacés tiene que hacer sentir algo.
Cuida lo visual. Las redes son puro lenguaje estético.
No busqués solo seguidores. Creá una tribu, una comunidad, un lugar donde la gente quiera volver.
Y por favor, hablá como persona, no como anuncio corporativo.
¿Cómo saber si algo va a pegar?
Fijate si cumple al menos 3 de estas 5 condiciones:
Activa una emoción (ternura, nostalgia, misterio).
Es “mostrable” en redes (TikTok-friendly).
Se siente coleccionable o parte de una tribu.
Tiene estética clara y reconocible (aunque sea feíto).
Te hace sentir parte de un juego o dinámica (blind box, sorteo, lotería emocional).
Y después de los Labubus… ¿qué?
Porque sí, en algún momento, el hype va a bajar. El algoritmo se va a aburrir, las cajas ya no van a emocionar tanto, y todos vamos a tener un Labubu en la repisa (o varios en reventa porque, aceptémoslo, no todos eran tan lindos como creíamos).
Entonces, ¿qué viene después?
Probablemente, algo igual de raro pero más personal. Algo que no solo se colecciona, sino que refleja cómo te sentís hoy. Un objeto con historia, con identidad, con feeling propio. Puede que venga de un artista local, o que sea digital pero se sienta real. Tal vez cambie de color, o tal vez solo exista en tu filtro de TikTok.
No lo sabemos con certeza. Lo que sí sabemos es esto: el próximo Labubu no será solo “lindo” o “viral”. Va a tocar alguna fibra emocional. Va a contar una historia. Va a ser espejo.
Así que, como marcas, como creadores, como humanos que buscan conexión en medio de tanto ruido: la clave no está en inventar la próxima gran moda. Está en entender por qué la gente quiere pertenecer, emocionarse, coleccionar algo que no necesita, pero le hace sentir algo.
Y cuando lográs eso... no vendés productos. Vendés magia.