¿Y si se acaba el mundo sin que estrenes ese perfume?
En X la gente bromea: “¿Para qué pagar la tarjeta si nos van a tirar una bomba?”. Y lo dicen con la misma calma con la que piden sushi en Pedidos Ya.
Vivimos un fenómeno extraño, pero no nuevo: cuando hay crisis económicas, la gente tiende a ser más cautelosa con el gasto. Pero cuando la crisis es existencial (como una pandemia, una guerra, o el fin del mundo), el patrón cambia. Queremos sentir algo. Algo que no sea ansiedad.
Así que compramos.
No cosas grandes —no es que de repente todo el mundo se endeude para comprar casa o carro—. Pero sí hay un aumento en el consumo de pequeñas recompensas: skincare, perfumes, comida rica, escapadas rápidas, hasta ese vestido que no necesitas pero se te ve divino.
Esto tiene nombre: consumo emocional. Y en estos contextos, se vuelve más visible.
Lo vimos en la pandemia
Durante el Covid, las ventas de vino, ropa cómoda y productos de autocuidado se dispararon. Nadie iba a la oficina, pero todos querían una rutina de noche con 5 pasos. Porque cuando el mundo se vuelve incierto, lo cotidiano se vuelve ritual.
Y lo estamos viendo otra vez
Ahora el temor no viene de un virus, sino de una economía frágil, guerras transmitidas en vivo y amenazas nucleares con más likes que alarmas. Pero la respuesta es parecida: queremos aferrarnos a lo que nos da placer, aunque sea por 10 minutos.
Entonces, ¿cómo debe responder una marca?
Entiende el clima emocional, no solo el económico.
Las marcas que conectan con el estado emocional de la gente (no solo su bolsillo) son las que quedan en la memoria.Ofrece valor sin complicar las cosas.
No es tiempo de vender lujo aspiracional vacío. Es tiempo de vender cosas que se sientan como refugio, tranquilidad o alivio.No subestimes el poder del “me lo merezco”.
La lógica del consumidor cambia cuando todo parece incierto. No compra porque necesita, compra porque siente que lo necesita.Cuida tu narrativa.
No se trata de explotar el miedo, pero sí de reconocer que estamos todos en medio de una época extraña. Un poco de honestidad y empatía va lejos.
Al final, cuando el mundo se tambalea, no buscamos lujos, buscamos anclas.
Un sabor que nos recuerde a casa. Un perfume que nos devuelva a alguien. Un detalle que nos diga: todavía estamos aquí.
No es consumo vacío. Es humanidad tratando de sostenerse.. Y entender eso… también es parte de hacer marketing con conciencia.